Recuerdo 99: El autómata de cristal

Las ruinas del templo albergaban el misterio de otras épocas. Emanaban silencio y vacío, sin embargo, las lenguas indicaban que algún habitante se paseaba todavía por ellas.

Un camino de losetas hexagonales conducía a un pórtico semiderruido. Sigfrido penetró a lomos en la penumbra. El techo aún conservado tenía algunas grietas que permitían pasar pequeños haces de luz. La nave también estaba enlosada hexagonalmente y acotada por columnas grises, conduciendo a una especie de altar. Trotaron hacia él.

Al llegar, contemplaron con cierto asombro que la losa caída ocultaba una escalera. El jinete las bajó solo.

Casi a tientas, anduvo por un pasillo ancho e interminable, dirigiéndose hacia un tintín luminoso y lejano que fue acrecentándose cuando se acercaba.

Una gran puerta redonda y dorada se encontraba al final del camino. Aunque era sólida, la luz tenue que emitía parecía proceder de detrás suya. Sigfrido recorrió con sus manos los altorrelieves con los que estaba decorada. Por el tacto de sus dedos indujo que el resalte escondía unas palabras en un lenguaje tan antiguo como olvidado. Sin saber muy bien cómo ni por qué, leyó en voz alta el texto. Instantáneamente la puerta se abrió moviéndose hacia atrás, perdiéndose en una gran masa de luz que cegó por momentos a nuestro héroe.

Una respiración se escuchaba leve al fondo. Los ojos de Sigfrido se sometieron a la claridad y cruzó el umbral.

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