Recuerdo 6: El terror de los hombres

Gottlieb podía pastar en las hierbas de las grandes llanuras de la estepa, pero a Sigfrido estaban fallándole ya las fuerzas:  había perdido la cuenta del tiempo que llevaba sin alimentarse correctamente. Al escapar de su hogar, se llevó consigo una calabaza llena de agua atada con una cuerda a la espalda6.1, que rellenó con el líquido menos corrompido que pudo encontrar en la zona pantanosa tras derrotar a los esqueletos.

A continuación de la Ciénaga Desolada se dibujaba la Estepa de los Lobos. Pronto no tardarían en encontrarse con uno. Cabalgando en la puesta de sol, una figura se interpuso solemne en su camino.

—Steppenwolf6.2 me llaman y mañana no veréis amanecer —dijo el cánido en la luz crepuscular bufando Gottlieb y atacando él.

La espada se clavó en su vientre y Sigfrido hizo fuego.

Le hubiese gustado dialogar. Era la primera vez que veía a un animal hablar, aunque la sorpresa fue menor después de saber que su caballo podía entenderle. Cuando arrancó con los dientes su carne dorada en la hoguera, sintió como si estuviese devorando a un semejante. No obstante, pensaba que no podía haber hecho otra cosa. En la violencia del momento se trataba de elegir entre uno u otro, y además necesitaba energías.

De repente, aparecieron otros lobos, que miraron horrorizados la escena: su rey había muerto y ni siquiera podría tener una sepultura digna. No comprendían cómo un muchacho tan joven podía haber acabado con el mítico Steppenwolf, terror de los hombres, quienes no cruzaban la estepa por temor a encontrárselo y perecer.

Sigfrido comprobó como lo miraban, manteniéndose los lobos en guardia pero sin atacarle. Sintió que ellos también le comprenderían y que incluso podrían responderle. Dejando la carne en el suelo, lanzó una disculpa:

—Siento mucho haber matado a uno de vuestros compañeros, él me atacó primero y yo necesitaba alimentarme.

—¡No era un simple compañero, estúpido! ¡Era nuestro rey! ¡y tú despiadadamente has acabado con él! ¡Mereces la muerte! —dijo el más gris de ellos. Pero ninguno se movió.

Tenían miedo, no se atrevían a atacar, pero tampoco querían irse y abandonar el cadáver mancillado de su rey. Sigfrido, notando la tensión del momento, se alejó lentamente del lobo muerto, medio devorado, acercándose a Gottlieb y montando en él sin apartar la mirada del cánido grupo.

Mientras cabalgaba sin saberlo hacia las Colinas de los Olmos, miró hacia atrás viendo como primero cavaban y luego enterraban al que había sido el terror de los hombres.

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