Recuerdo 30: Alada voluntad

Gottlieb estaba cansado. Cansado de ir de un lado a otro sin ningún destino. Se dirigían al este.

Se preguntaba por qué le hacía caso a su amo, y si acaso tenía sentido llamarlo así. A través de sus circunvalaciones, las ideas viajaban eléctricas y difusas. Los recuerdos afloraban y desfloraban en el espejo de sus pupilas, de su mirada fija en el horizonte al compás de sus cascos y las riendas de Sigfrido. Otro nombre flotaba en su mente y apenas era capaz de capturarlo: Galatea. Galatea misteriosa, callada. Su mirada azabache le perturbaba el alma y el estómago de una manera que nunca habría imaginado. ¿Hacia donde iba? Hacia el este. Hacia el este pero lejos de ella, ¿por qué se alejaba de ella? ¿por qué no parar y darse la vuelta? En la duda redujo la celeridad de la marcha y Sigfrido alzó una ceja.

La oscuridad leve de una sombra pasó por sus cabezas, y entonces, enfrente suya, les sacudió un batir de alas blancas. Solemne, Galatea las plegó, camuflándolas en su lomo, y se quedó mirándolos. El silencio habló por momentos y todos comprendieron.

Alzó el vuelo y Gottlieb sintió henchido su corazón, su destino cargado de sentido y su garganta seca. Prosiguieron su camino, se aproximaban a una aldea.

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