Recuerdo 5: Hambre de aventuras
Sigfrido no sabía que Walt Disney había realizado una animación de esqueletos bailando5.1 cuando vio delante suya a tres esqueletos bailando al son de una música demoníaca.
Tras huir de su hogar con Gottlieb, y vagar un indeterminado tiempo sin rumbo, se adentró en una ciénaga repleta de cadáveres. No era su intención llegar allí: en la locura de la partida se dejó llevar por la voluntad de su caballo; pero éste no sabía lo que hacía, era joven, desconocía su destino y empleó todas sus fuerzas en galopar hacia cualquier lugar más allá del horizonte. Notaba la impropiedad de su jinete y podía deshacerse de él fácilmente, pero no lo hizo. Su libertad no anulaba su cariño, sino que lo complementaba, e incluso, como averiguaría en un futuro, lo encauzaba en su justo sino.
Cuando Gottlieb se dio cuenta de donde se encontraba deceleró el paso. El hedor comenzó a penetrarlo y sintió el temblor temeroso de su compañero, el cual se incorporó con cuidado.
Con la mirada y las orejas de punta, anduvo lentamente sin preocuparse ni ofrecer resistencia a quien cargaba en su lomo.
La luz de una cabaña elevada por varas se distinguió a través de la niebla5.2. Se encaminaron hacia ella.
Al llegar a sus pies una plataforma descendió frente a ellos. Sigfrido desmontó y alguna extraña fuerza les empujó a ambos a subir.
Dentro estaba oscuro, pero se sentían extrañamente seguros. De repente, se escuchó una voz ronca y femenina:
—El hado es sabio, os ha traído hasta aquí. Dirimisteis bien y, aunque el miedo ante lo desconocido os atenaza, no os aflijáis: sois fuertes, enfrentaréis vuestro destino sabiamente si permanecéis unidos —Hubo una pausa. La figura de una anciana se vislumbró en la penumbra—. Yo soy la hechicera y, sí, Sigfrido, tu caballo también me entiende, no seas tan orgulloso como para pensar lo contrario.
Corcel y jinete intercambiaron una breve mirada, el tiempo suficiente como para que al volver la vista no encontraran nada: ni hechicera, ni cabaña; sólo niebla espesa. Sin embargo, se escuchó la voz de nuevo, en la lejanía:
—Y ahora, aprended a enfrentaros.
De la blanca y mortecina aparecieron tres esqueletos armados, con espadas y escudos, medias armaduras y cascos abollados. Gottlieb relinchó asustado.
—Tranquilo, sé que puede que no me recuerdes, a pesar de que otras veces has escuchado mi voz, pero ahora sé que me entiendes. Atiende: pégale una coz a ese que se aproxima primero y desármalo, así me haré yo con sus armas y entre los dos acabaremos con ellos.
Tras la exitosa batalla, Sigfrido se hizo con las mejores armas y armadura de entre los tres. Trotaron tranquilos en línea recta hasta salir de la zona pantanosa. Al dejar la ciénaga atrás miraron hacia ella por última vez: tres esqueletos bailaban a lo lejos al son de una música demoníaca, mientras tras las montañas caía el sol y sus estómagos rugían.
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