Recuerdo 52: El dragón despiadado

La espada se clavó oblicua sobre el hombro del dragón, el cual chilló agudamente expulsando amargas volutas. Sus ojos inyectados miraron con odio. La cara verdosa palideció. Cayeron sus patas delanteras al suelo en un pequeño estruendo y la sangre brotó junto al estertor. Las fuerzas lo abandonaban al ritmo del gotear rojo. No quería piedad, no quería amor. Pero Sigfrido no pudo evitar mirarlo con lástima.

—Yo era el último —mintió Witiza52.1 mientras su cabeza se derrumbaba.

El caballero salió de la gruta con su testa en la mano. La ovación del pueblo fue unánime.

Durante meses, Witiza había estado quemando campos y devorando el ganado. Su edad era centenaria y en ese largo pasado sólo había testimonios de paz. El porqué de los ataques era algo que a nadie le importaba averiguar, sólo querían vivir sin aquellos padecimientos. Nuestro héroe tampoco se lo planteó, pero cuando irrumpió en la caverna, las explicaciones fluyeron de la boca del dragón como el fuego de su estómago:

—¡Vosotros, vosotros! ¡Me lo habéis quitado todo! ¡Me habéis quitado mis bosques! ¡Me habéis quitado mis lagos! ¡¿Y os atrevéis a reprocharme algo?! Vosotros sois muchos, cada día más, os reproducís sin control. Nosotros vivimos en armonía, sólo somos unos pocos.

La hoja afilada dibujó un semicírculo y el cielo aquel día se volvió más oscuro.

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