Recuerdo 38: El rito de Mizraím 38.1

Leviatán38.2, señor de Akbar, se aproximaba a la costa rápidamente. Mizraím estaba en guardia y temerosa. Hasta el momento había lidiado con banales problemas con los enanos38.3 de las montañas del Borg38.4, zona oeste de la Cordillera Marítima, la que le correspondía como Caballero del Este38.5, pero ahora se encontraba con un reto que no sabía si podría superar.

Contaba con la ayuda del Caballero de la Periferia, pero no se sentía muy a gusto con éste y se preguntaba si no sería precisamente él la causa de la desgracia que estaba aconteciendo.

Cuando le dijeron que un nuevo caballero había sido nombrado para vigilar el trabajo de los otros, ya se sintió incómoda. ¿Para qué hacía falta un supervisor? Su trabajo era mantener la paz y durante muchos años lo había hecho sin problemas, no necesitaba ayuda. Si por alguna razón fallara, sabía que Menard no tardaría en enterarse. ¿O es que acaso dudaba de su honestidad? Los enanos excavaron las montañas del Borg concienzudamente, extrayendo grandes riquezas. Se encontraban bajo dominio de Menard, pero realmente no pagaban muchos tributos, sólo lo necesario para su protección; eran bastante independientes. Con sus tesoros podían contratar un ejército entero, pero realmente no les interesaba, pues estaban en una buena posición. Además, en primer lugar tendrían que sobornar al Caballero del Oeste, pero no había riquezas suficientes en todas las montañas del Borg que comprase su lealtad, ¿pensaba Menard lo contrario?

En cualquier caso, el nuevo caballero no le transmitía buenos presentimientos, fue llegar él y producirse el ataque.

Sigfrido nunca había visto el mar. La bruma de las montañas del Beralku no permitían ver nada a lo lejos y no se le permitió subir al monte del Símbolo.

Tampoco había visto nunca enanos, pero ya se estaba acostumbrando a los seres extraños. Desde lo alto de las montañas del Borg podía contemplarse la inmensidad del mar de la Eternidad. Más allá del horizonte no había nada, pero justo antes de llegar a él emergía un pequeño archipiélago de tres islas que conformaban el reino de Akbar, designado ahora como perdido. Hagen, el heredero del trono, tuvo que huir por la invasión de Leviatán, su actual señor, del cual decían que provenía del fin del mundo. Pidió asilo en el Gran Reino de Menard y el monarca se lo concedió. Sin embargo, rehusó en principio darle apoyo militar. Akbar se encontraba lejos y Menard contaba con una flota reducida. La cordillera Marítima era una muralla natural que protegía el reino y no necesitaban una fuerza naval.

Hagen pensó en pedir ayuda más al sur, en la ciudad de Shahriar, pero su corazón se vio atrapado por la princesa Krimilda y el monarca aprobó el noviazgo.

El recuerdo de Leviatán se iba disipando, hasta que Sigfrido vio como se aproximaba velozmente hacia la costa.

Dos caballeros, con apenas unos cien hombres, se enfrentaban a un monstruo que había acabado con un reino. Podían huir y esperar que la muralla natural hiciese su trabajo, pero prefirieron hacerle frente, mientras algunos emisarios se dirigían a la corte para pedir refuerzos y avisar de este ataque de todavía desconocidas razones.

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